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domingo, 16 de junio de 2019

Gracias Papá


Cuando tenía 10 años, mi padre y mi madre se separaron. La difícil situación económica que se vivía en casa, llevó a mi madre a fijarse en otro hombre que tenía más dinero que mi padre. Al momento de la separación, yo quedé a cargo de mi padre, y mi hermano de 8 años, se fue a vivir con mi madre que salió del país junto a su nueva pareja.

La vida con mi padre no era fácil. El era un hombre rudo y disciplinado, que siempre me exigía alguna responsabilidad. Mi hermano por el contrario, vivía con mi madre que era mucho más relajada y le permitía hacer todo lo que él deseaba hacer.

En mi caso, para mí no existían las vacaciones. En casa, mi padre siempre me ponía a ayudar en los quehaceres luego de que yo llegaba de estudiar. Mientras yo estudiaba en el colegio, mi padre atendía un pequeño restaurante de su propiedad que quedaba justo en la casa al lado de donde vivíamos.

Mi rutina para ese entonces y para los años siguientes, era estudiar toda la mañana, llegar a la 1 de la tarde a la casa, almorzar, hacer mis tareas, ordenar mi cuarto y luego irme al restaurante para ayudar con diversas labores que incluían, lavar los baños, limpiar las mesas, lavar platos, ordenar la cocina, sacar la basura, etc.

El único día que mi padre me permitía salir, era el día domingo. Ese era el día que aprovechaba para verme con mis amigos, jugar videojuegos y descansar un poco.

Con cierta regularidad, siempre tenía alguna discusión con mi papá que, en muchas ocasiones, terminaba en que él me gritaba o me golpeaba fuertemente.

En ese entonces yo no era capaz de entender esta situación. Envidiaba a mi hermano que siempre hacía lo que quería sin tener ninguna clase de presión. Yo, por el contrario, siempre tenía algo que hacer, siempre había alguna obligación que cumplir.

A medida que fui creciendo, comencé a preguntarle a mi padre por qué no me permitía ser como los demás muchachos de mi edad. Mi padre me contó que cuando él era joven, nunca había sido disciplinado de ninguna forma y que, por ello, por no tener ninguna clase de exigencia en la vida, había desperdiciado incontables oportunidades que lo habían llevado a ser una persona sin metas, sin aspiraciones y debido a esto, obedecía en buena parte la difícil situación económica por la que atravesábamos. Según me explicó, él no quería que esa situación se repitiera al menos conmigo, que era el único hijo que lo acompañaba.

Durante muchos años, a pesar de esa explicación, me costó un enorme esfuerzo el poder entender y aceptar las razones de mi padre y por consiguiente su comportamiento y su manera dura de tratarme.


Cuando cumplí 20 años, mi madre permitió que mi hermano viniera a visitarnos, luego de 10 años en los que el único contacto con ellos, se había dado a través de conservaciones telefónicas muy esporádicas, ya que ni mi madre ni mi hermano nos llamaban y nosotros igualmente hacíamos lo propio por las barreras que mi madre y su pareja imponían para poder comunicarnos.

La sorpresa al ver a mi hermano después de tanto tiempo fue mayúscula. Su cuerpo estaba lleno de tatuajes, y a todas luces se notaba que estaba metido en problemas con las drogas. De hecho, recuerdo que mi hermano llegó con la intención de pasar un mes con nosotros, pero a la primera semana de vacaciones decidió regresarse a casa de nuestra madre porque no soportó la estricta disciplina y las órdenes constantes de mi padre. Al fin y al cabo, había pasado la mayor parte de su vida haciendo simplemente lo que le daba la gana y le era imposible someterse a una estricta disciplina.

Los años siguieron pasando, y a la edad de 23 años, terminé mis estudios de ingeniería de petróleos con las más altas calificaciones. Mi padre fue el único que estuvo conmigo el día de mi graduación. Para mi madre, lo único que importaba en realidad, era “su nuevo amor”. Ni mi hermano ni yo tuvimos nunca en verdad importancia suficiente para ella.

Tan pronto me gradué de la universidad, una importante empresa petrolera me abrió las puertas, y me ofrecieron un trabajo excelente, fruto de todo mi esfuerzo durante mi época de estudios, y fruto también de la constante exigencia de mi padre que nunca me permitió desviar mi mirada de las cosas que eran verdaderamente importantes. El día que me contrataron, lo primero que recordé con lágrimas en los ojos, fue todas las veces que mi padre me decía: “esfuérzate ahora que eres joven, para que no debas esforzarte después cuando seas viejo”.

A mis 26 años, la empresa para la que trabajaba se dio cuenta de todo mi potencial y me ofreció un cargo cuyo sueldo era 20 veces superior a lo que mi padre ganaba con todo su esfuerzo en el pequeño restaurante que manejaba.

Lo primero que hice con ese dinero, fue contratar a un administrador para el restaurante, para que mi padre pudiera descansar. El siempre estaba presente en cada momento de mi vida. Nunca jamás me abandonó, nunca jamás me cambió por nadie, y ya era hora de que yo comenzara a hacer pequeñas cosas por él.

Llegaron buenos tiempos a nuestra vida. Sin embargo, a veces a veía a mi padre llorando en silencio cuando pensaba en la suerte de mi hermano a quien mi madre nunca le había dado suficiente atención y de quien no se sabía absolutamente nada ya que había caído en el mundo del alcohol y de las drogas hacía un par de años, para nunca más poder salir de allí.

Hoy en día, tengo 35 años. Soy un hombre adinerado, exitoso, acabo de convertirme en padre por primera vez, y en este momento en que miro hacia atrás, veo que he logrado todo lo que alguna vez mi padre me dijo que podía lograr si tan solo me esforzaba lo suficiente por ello. Hace 2 años mi padre se fue y solamente Dios sabe cuánto lo extraño por todas las valiosas enseñanzas que me dio y por haberme forjado como un verdadero hombre de bien. Si no hubiese sido por él, seguramente habría corrido la misma suerte de mi hermano.

Gracias a mi padre aprendí para siempre, que solo el esfuerzo trae recompensas, y que es mucho mejor sacrificar los años de juventud para vivir con tranquilidad en los años de vejez, que desperdiciar la juventud para buscar en los años de vejez, la forma de hacer en la vejez, lo que nunca se hizo en la juventud.

Donde quiera que estés, gracias Papá.

4 comentarios:

  1. Muy hermoso y todo esfuerzo tiene su recompensa

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  2. Esto me hizo llorar como niño chiquito.

    Me acordé mucho de mi papá y también le doy las gracias donde sea que él esté.

    Un saludo para todos en el día del padre y sobretodo para los que nos ha tocado ser papá y mamá al mismo tiempo.

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  3. Gracias poder por tus enseñanzas que hayas pasado un hermoso día del padre junto a tu familia saludos

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